Como si de un ritual se tratase, levantó su cuerpo de la cama a la hora de siempre, arrastró su sombra hacía el lavabo y con sumo cuidado abrió el grifo. El agua estaba tibia, como a él le gustaba. Llevaba ya muchos días en áquel lugar y ya conocía los trucos. Con una leve sacudida de manos sobre su cara refrescó su piel y abrió la puerta del armario para ponerse un poquito de perfume. Descubrió áquel frasco, si áquel que usaba para su amada, lo había bautizado son su nombre. En sus días en la ciudad, cuando el perfume se le acababa compraba un nuevo frasco y con sumo cuidado vertía el contenido del frasco nuevo sobre el mismo de siempre. Y ahí estaba, reluciente, sin una sóla mota de polvo, tan cuidado como siempre, pero ahora ya no lo necesitaría, ni siquiera sabía porque lo había llevado consigo, no sería lo único que puso en áquel ligero equipaje que le recordaría su anterior vida. De repente le sacudió una terrible angustia, una vez más, como áquel emfermo terminal que se olvidaba por momentos de su dolor pero por otros le volvían a visitar las molestias y dolores. Arrancó en lágrimas, una vez más, otra vez. Sentía su vida perderse, sentía que se había equivocado... ¿porque no seguir en el lugar de siempre, haciendo lo de siempre? ¿Porque abandonar su lucha? Todo lo que le había llevado a áquel lugar, a aquella huída se hacía pesado en su corazón y se convertía una vez mas en una de sus continuas preocupaciones. ¿Me habré equivocado? ¿sería distinto si me hubiese quedado? Pero él sabía que en esta ocasión no había vuelta atrás. Al fin y al cabo esta era la sensación de cada mañana, y él ya sabía que algún día desparecería. No sería tan sólo una costumbre emocional, él sabía de los ciclos de su corazón, tenía que seguir luchando, esta vez contra sí mismo. Colocó suavemente el tarro de perfume en la estantería de siempre, en la misma posición, pero esta vez hizo algo diferente, no se perfumó, decidió no llevar con él el aroma que le recordaba aquellos momentos tiernos. Sería un paso, sencillo pero duro para él, pero al fín y al cabo lo hizo.
Decidió que ese día no desayunaría como de costumbre, tenía tiempo y los productos del supermercado le llegaban muy de vez en cuando. Cogió un cuchillo, se puso su traje de baño y se lanzó a la mar en busca de un pescado que coger con sus propias manos. Nunca había pescado, ni siquiera con caña de pescar, allá en la ciudad podía adquirir en el día los productos mas frescos en tan sólo diez minutos, pero para él no era un problema, su decisión no era tener un desayuno diferente, sino tan sólo consumir unas cuantas horas mas del pesado día que una vez mas había comenzado. ¿Que podría pasar? ¿Caería abatido de fátiga y desnutrición? No lo creía posible, y si así pasaba en algún momento despertaría habiendo consumido aún mas horas, habíendo restado aún mas horas a su angustia. Sabio de si mismo, de que el tiempo cura todas las heridas salió con calma a la costa. Sus pies descalzos sentían cada grano de arena, sus oidos eran suavemente acariciados por el sonido de las olas, el agua le daba la vida que él creía haberse quitado en áquel a veces absurdo, a veces acertado, viaje al silencio.
Decidió que ese día no desayunaría como de costumbre, tenía tiempo y los productos del supermercado le llegaban muy de vez en cuando. Cogió un cuchillo, se puso su traje de baño y se lanzó a la mar en busca de un pescado que coger con sus propias manos. Nunca había pescado, ni siquiera con caña de pescar, allá en la ciudad podía adquirir en el día los productos mas frescos en tan sólo diez minutos, pero para él no era un problema, su decisión no era tener un desayuno diferente, sino tan sólo consumir unas cuantas horas mas del pesado día que una vez mas había comenzado. ¿Que podría pasar? ¿Caería abatido de fátiga y desnutrición? No lo creía posible, y si así pasaba en algún momento despertaría habiendo consumido aún mas horas, habíendo restado aún mas horas a su angustia. Sabio de si mismo, de que el tiempo cura todas las heridas salió con calma a la costa. Sus pies descalzos sentían cada grano de arena, sus oidos eran suavemente acariciados por el sonido de las olas, el agua le daba la vida que él creía haberse quitado en áquel a veces absurdo, a veces acertado, viaje al silencio.